Concatenación

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CONCATENACIÓN

—¡Empuja, cariño! ¡Empuja!

—¡No puedo!

—¡Claro que sí! Lo estás haciendo muy bien…

Leroy apretaba la mano de su mujer y le acariciaba el pelo, mojado por el sudor del esfuerzo. Susan estaba tumbada en la camilla del paritorio, con las piernas abiertas y los pies apoyados en sendos estribos. Cogía y echaba aire con rapidez, incapaz de respirar como le enseñaron en las clases de preparación al parto.

Sentía que iba a marearse cuando escuchó de fondo a la matrona: «Venga, una más». Se dijo que podía y empujó con las últimas fuerzas que le quedaban.

La matrona levantó un sucio y perfecto bebé, con el cordón umbilical aún unido al interior de su madre.

—Enhorabuena, pareja. Es un niño precioso.

Leroy no podía dejar de mirar a aquella criatura, su hijo, su milagro. Acarició la mano de Susan. Esa mujer era su heroína y acababa de enamorarse todavía más de ella. Con la voz temblorosa comenzó a hablar mientras giraba la cabeza para mirarla a la cara:

—Cielo, ¿no es lo más bonito que has vist… Susan, ¡Susan! ¡Algo le pasa!

Su mujer estaba inmóvil y tenía los ojos en blanco. A partir de ese momento todo se difuminó. La matrona gritó y enseguida entró más personal. Alguien le sacó del paritorio, con suavidad pero firmeza, y le indicó que esperara fuera.

Sin dejar de caminar de un lado a otro se frotaba las manos húmedas y las secaba en el pantalón; una y otra vez. Se decía a sí mismo que no ocurría nada, que se había desmayado por el esfuerzo y en cualquier momento podría verla y decirle lo orgulloso que estaba de ella.

No sabía cuánto tiempo llevaba así cuando una mujer con bata blanca le indicó que pasara a una salita. Le pidió que se sentara y le atravesó el corazón con sus palabras: «Lo siento mucho. Hemos hecho todo lo que hemos podido, pero ha fallecido. No sabemos con certeza la causa, hay que esperar a la autopsia».

Leroy no era capaz de decir nada. La miraba sin pestañear, con la sensación de no estar viviendo eso. La realidad flotaba ondeante a su alrededor. Las palabras que aquella mujer pronunció a continuación le hicieron reaccionar.

—El niño se encuentra bien. Está con una enfermera aquí al lado. Sería bueno para él que realizara con usted el cuerpo a cuerpo. Sería bueno para los dos. —Leroy afirmó con la cabeza—. Muy bien, ahora se lo traerá. Cualquier cosa que podamos hacer por usted, no dude en pedirlo.

Salió de la habitación y de inmediato entró la enfermera con su hijo envuelto en una toalla. Se quitó la camiseta y ella destapó al bebé y se lo puso contra el pecho. Leroy lo sujetaba con miedo, era la primera vez que cogía un recién nacido y le parecía tan frágil…

La angustia le subió desde el estómago hasta la garganta al pensar en Susan, en que no iba a conocer a esa criatura a la que albergó, alimentó y protegió durante cuarenta semanas. Pero a la vez sintió que ese ser indefenso, de alguna manera, le transmitía la fuerza para seguir adelante. Por los dos. Por los tres. Porque allá donde estuviera su mujer iba a formar parte de sus vidas, él se encargaría de que su pequeño lo supiera todo de su madre.

—Tiene la marca.

Leroy levantó con brusquedad la cabeza al oír la voz de la enfermera, sorprendido de que continuara allí.

—¿Perdone? —preguntó.

—Tiene la marca —repitió la mujer—. Aquí. —Señaló una mancha rosada con forma de cacahuete que el pequeño tenía en la cabeza, sobre la oreja derecha—. Es el elegido.

—El… elegido… —susurró mirándola. Dudaba si preguntar de qué cuando ella continuó:

—A los siete años vendrá a buscarlo el Supremo. No tengas miedo, no le hará daño. Debes dejarlo ir porque su destino es salvarnos a todos.

—Claro. —Algo le decía que lo mejor era seguirle la corriente.

—Recuerda: cuando cumpla siete años.

Salió de la habitación y Leroy miró a su hijo, que dormía con la respiración irregular, ajeno a lo que ocurría a su alrededor. «Lo que faltaba» pensó, «una tarada». Apoyó la cabeza en el respaldo de la silla y dejó que el sueño le venciera, aliviado de poder desconectar su mente agotada.

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—Leroy, despierta. Leroy, ya viene.

—¿Qué? —Escuchaba una voz y sentía que le sacudían, pero estaba desorientado.

—Que ya viene. Venga, muévete.

—¿Quién viene? —Un chispazo de claridad se abrió paso en su cerebro adormilado y se incorporó— ¿El Supremo? Oh, dios mío, ¡era cierto!

—¿Pero qué dices? ¡El bebé! ¡Ya viene el bebé! ¡Espabila y saca el coche!

¡Susan! ¡Era Susan! Todo había sido un sueño. Sonrió, le dio un sonoro beso en la frente a su mujer y corrió a vestirse.

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Derek dejó de teclear y se recostó en la silla, mirando la pantalla del ordenador. Giró la cabeza de lado a lado y la dejó caer sobre las manos. «Vaya mierda» pensó, «¿y esto es lo mejor que se me ocurre? ¿Un sueño? ¿Un elegido? Estoy acabado».

Se incorporó y borró todo lo que había escrito. Un día más. Su carrera y su vida estaban en horas bajas.

Él, Derek Harrison, era un novelista de éxito. Rico y famoso. Sus novelas se convertían en superventas y más de una había sido llevada al cine. Pero hacía tres meses que su mujer le había dejado por su mejor amigo, y desde entonces toda su existencia estaba en constante descenso. Era incapaz de escribir nada ni medio decente y bebía mucho más de lo que debía.

Abrió uno de los cajones y sacó una petaca plateada. Desenroscó el tapón y dio un largo trago. Iba a cerrarla cuando notó que algo golpeaba su cabeza.

—¡CORTEN! —gritó Mía, la directora, incapaz de creer lo que había pasado—. ¿Cómo es posible que se haya caído un micrófono? Es que no se puede ser más torpe.

—Lo siento —se oyó decir a uno de los técnicos—. Se ha roto la pértiga.

—Por el amor de dios… —Mía se puso las manos en la cintura y suspiró ruidosamente—. ¡Descanso de treinta minutos!

Robert, el actor que interpretaba a Derek, se retiró a su camerino. Por suerte no tenía que compartirlo con nadie. Encendió un cigarro, sacó un botellín de su mochila y bebió un buen sorbo; el pacharán siempre lo animaba. Miró el móvil; dos mensajes de su exmujer pidiéndole que hablaran porque tenía que firmar los papeles, y uno de su novia contándole que en la ecografía todo se veía bien, y que era una niña.

Bebió otro trago. Tal vez así consiguiera evadirse de su mierda de vida. En tres años solo había conseguido un papel para ese bodrio destinado a película de sobremesa; su mujer le había dejado porque se enteró de que la engañaba, le iba a sacar hasta lo que no quería, solo por vengarse; había dejado embarazada a Alison, su amante, y él odiaba a los niños; y pasaba más tiempo borracho que sobrio.

Por mucho que lo deseara, ni iba a despertar ni nadie iba a gritar «corten». Sacó un bote de pastillas de un bolsillo de la mochila. El médico insistió en que solo tomara una antes de acostarse y nunca con alcohol. Lo abrió y dejó caer una en la palma de la mano. Un impulsó le hizo sacar otras dos. Miró el botellín. Tal vez mezclar ambas cosas era la salida.

El móvil vibró. Era un mensaje. Dudó si hacerle caso o no, ya no importaba lo que pudieran decirle. Aun así, la curiosidad le pudo y lo miró. Era de Alison, una foto. Una ecografía de su bebé. Distinguió a la perfección el perfil de una cabeza desproporcionada y una mano abierta con sus cinco deditos. Se fijó en las piernas y los pies. Eso era su hija. Su hija. ¿Por qué decía que odiaba a los niños? Puede que no le gustaran los que veía por ahí, llenos de mocos y siempre demandantes. Pero esos no eran suyos.

Escupió las pastillas. Apagó el cigarro. Le escribió un mensaje a su ex diciendo que en media hora pasaba por su casa a firmar los dichosos papeles; y otro a Alison: «Es preciosa. No faltaré a la próxima». Recogió las cosas que tenía esparcidas por el camerino, excepto el pacharán, y lo metió todo en la mochila. Salió, subió a su coche y arrancó.

Vio por el retrovisor a Mía corriendo tras él y gesticulando. Sonrió al pensar que tampoco su agente se alegraría al enterarse.

Al final resultó que sí podía despertar.

Reto 35 para Literup – Utiliza tres clichés de la ficción para hacer un escrito con ellos.

39 comentarios en “Concatenación

  1. manusc12 dijo:

    Sublime a mi entender, querida Luna, no dejas de sorprenderme.
    Cuando aun estaba asimilando el giro en la historia, añades otro, y así una vez más.
    Una de las cosas que más echaba de menos de todo esto, eran tus textos. Después de esto, prometo no volver a irme.
    Un abrazo.

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  2. Daxiel dijo:

    La primera parte no tiene nada de irreal, si lo he padecido con claridad, a tal punto que hoy todavía suelo sugerirle a mi compañera, que intente buscar terapia; pero comentar en primera persona no da objetividad, así que Luna, como siempre me has gustado otra vez mas

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  3. carlos montalleri dijo:

    Menos mal que te sigo leyendo jajaja, en serio Luna, mi enhorabuena, esto es muy bueno, como tuerces o retuerces las historias, es como una montaña rusa de emociones. No creo que mi comentario sea muy «técnico» pero te aseguro que el texto es magnífico y quiero resaltarlo. Un abrazote.

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  4. palmeiralibre dijo:

    Cuando creía tener la respuesta adecuada para tu narración, llega la segunda parte y lo trastoca todo. Y ya no digamos la tercera… Fantástica manera de enlazar unas historias con otras. ¡Qué bien escribes, Luna! A mí, que me aburren los «tochos» y casi nunca liego a terminarlos, después de leerte pienso que se puede expresar mucho con pocas palabras. Pero hay que saber hacerlo.
    Y hablando de «empujar»: yo lo hice cinco veces en cuatro años y medio. Creo que es maravilloso record. Un abrazo.

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    • lunapaniagua dijo:

      ¡Cinco! O fueron más de uno a la vez o miedo me da preguntar…
      Me alegran mucho tus palabras, eso es lo que pretendo, expresar mucho con poco porque es lo que me gusta leer, así que me hace mucha ilusión que me lo digas, aunque aún tengo tanto por aprender…
      Muchas gracias y un abrazo.

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