El abuelo

EL ABUELO

Fue un gran disgusto para mí que mi abuelo muriera. No me crié con él, ni hizo de padre conmigo, ni nada de eso. Ni siquiera le veía a diario; vivía demasiado lejos. Pero pasé todos los veranos con él hasta que cumplí dieciséis años, hace cuatro, cuando decidieron internarlo en una residencia.

Vivía en un pequeño pueblo del Pirineo occidental, Carmio, en una casa de dos plantas y sótano. Mi abuela murió en un accidente de autobús al poco de nacer mi madre y no se volvió a casar. Me llevaban allí a finales de junio, al acabar las clases, y me recogían a mediados de agosto, cuando mis padres comenzaban las vacaciones, para viajar los tres juntos.

Me encantaban esos casi dos meses. Le ayudaba en las tareas del hogar, cosa que en mi casa nunca me apetecía, y a trastear con los cachivaches que tenía en el sótano. Decía que era inventor y que algún día crearía algo que lo haría famoso.

También dábamos paseos por el monte. A menudo parábamos en una chabola oculta entre los árboles, de la que el abuelo tenía llave. «Algún día esto será tuyo», me decía siempre y me pasaba una mano por los hombros para estrecharme contra él. Yo le sonreía y le abrazaba, aunque no lo tenía muy claro. Una vez le pregunté a mi madre y contestó que no existía ninguna chabola, que sería algún refugio de montañeros, y que el abuelo ya chocheaba un poco.

En octubre de hace cuatro años lo encerraron en un geriátrico. Yo me enfadé mucho; había estado con él poco antes y estaba bien, como siempre. Pero mi madre insistió en que no era así, que sufría delirios y que no me pusiera terco porque los médicos lo habían confirmado.

Lo visitaba una vez a la semana. Nunca me habló. Siempre estaba sentado en la misma silla con la mirada perdida a través del cristal de la ventana. A veces giraba la cabeza y mantenía sus ojos fijos en los míos un momento, pero no decía nada, por más que yo lo intentara. Perder la libertad lo marchitó. Estoy seguro. Y finalmente lo mató.

Dos meses después de su fallecimiento mi madre me informó de que se había hecho la lectura del testamento y debía ir al notario a recoger lo mío. ¿Lo mío? ¿Qué podía haberme dejado a mí?

Una caja, como descubrí enseguida. Me la llevé a casa y la abrí. Dentro estaba su smartphone; yo mismo le ayudé a comprarlo, lo usaba sobre todo para hacer fotos. De hecho, él quería una cámara, pero le convencí de que así también podríamos mandarnos mensajes y hablar por teléfono, aunque luego apenas lo hicimos.

También había una llave, que reconocí enseguida. Era la llave de la chabola que, por lo visto, solo yo —aparte de él mismo— sabía que existía. 

Puse el móvil a cargar y lo encendí. Marqué la clave: 1506, su cumpleaños. Entré en la galería, quería mirar las fotos; aunque sabía que iba a doler, tal vez encontrara alguna de los dos juntos para imprimir y enmarcar.

Pasé muchas de paisajes, mías solo y de los dos. También de animales: yeguas, aves, sarrios e incluso alguna marmota. Entonces empezaron a aparecer imágenes extrañas: un circo romano completo, no le faltaba una piedra ni sufría signo alguno de erosión; J.F.K. en su coche, tal y como lo recordaba yo de las fotos del día de su asesinato; unos hombres cubiertos por taparrabos, robustos y de brazos y piernas cortas, sin mentón y con una gran frente; vehículos esféricos y metálicos sostenidos en el aire; un discurso de Marting Luther King; un concierto de Freddy Mercury.

Con el corazón acelerado llamé a mi madre al trabajo y le pregunté cuáles eran esos delirios que sufría el abuelo. Al oír: «Sobre todo que había construido una máquina para viajar en el tiempo», colgué sin dar ninguna explicación. Fui al garaje y cogí el coche de mi padre, por suerte iba andando a la oficina. Conduje de un tirón las cinco horas que me separaban de Carmio y, en zapatillas de casa, ya que ni me había cambiado, caminé hasta la chabola. Abrí la puerta y entré.

Me quedé de pie mirando la pequeña estancia. No había más que un banco, una mesa y un gran arcón. Unas marcas junto a este último me llamaron la atención; lo moví con gran esfuerzo y descubrí una argolla. Tiré de ella y se abrió una trampilla. Comprobé gracias a la linterna del móvil que había una escalera. Bajé y me encontré en una sala más amplia que la propia chabola. En medio, un cilindro de metal plateado, más alto y ancho que yo, abierto por la mitad. Entré. Descubrí un panel con una pantalla y varios pulsadores de diferentes colores; encima de cada uno estaba escrita su función con la letra del abuelo.

Pulsé el de debajo de «CERRAR» y el cilindro se cerró. Se iluminó la pantalla, con hueco para ocho dígitos. Los necesarios para indicar una fecha. La máquina del tiempo del abuelo. Era verdad. Y era mía. Pensé en si había algo que quisiera llevar conmigo pero no se me ocurrió nada. Se me pasó por la cabeza la idea de despedirme de mis padres, pero la deseché. No quería arriesgarme a que me lo impidieran. Ya se me ocurriría algo para que no se preocuparan.

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Así que aquí estoy, en el Carmio de los años cincuenta. El abuelo se sorprendió con mi historia pero por suerte me creyó. Dijo a los demás que era un compañero de la mili que buscaba trabajo y me quedé a vivir con ellos. La abuela es una mujer muy agradable, se parece muchísimo a mi madre pero es más bajita y menos mandona.

Hemos decidido que, una vez que nazca mi madre, no las dejaremos montar en autobús, nos organizaremos para llevarlas a todos los sitios. Lo que no hemos pensado aún es qué hacer cuando mi «yo niño» empiece a venir de vacaciones, sobre todo si el parecido entre nosotros es muy evidente. Pero aún falta mucho para eso.

Reto 46 para Literup – Utilicemos la fantasía e imaginación. Inventa una historia en la que se mezcle en algún momento un smartphone con un neandertal.

60 comentarios en “El abuelo

  1. inspectordisaster dijo:

    Luna: te has superado. Se lee de un tirón y con el corazón acelerado, sabiendo que algo va a suceder que te asombrará. Y el final nunca decepciona porque se escapa a cualquier cosa que imaginas. Diría más, aparte de los giros de tus historias, me quedo con la forma de narrarlas, ligera y juguetona como agua de riachuelo: ese estilo que, como bien sabemos todos aquellos a quienes nos gusta escribir, es tan difícil lograr. Un beso gordo.

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  2. Alvaro Salazar dijo:

    Muy bonito Luna y, como dice Carmen, se lee del tirón. Y una cosa: cuando he terminado, he ido a google a teclear «Carmio», y me ha salido «cadmio» y cosas de contaminación…; así que, de momento, la chabola y la máquina del tiempo del abuelo está a salvo. ¡Un abrazo!

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  3. Gocho Versolari, Poeta dijo:

    Muy interesante el cuento. Me trajo a la mente «La Paradoja del Abuelo», es decir una situación hipotética que se desarrolló cuando en los años cincuenta se planteó la posibilidad de los viajes en el tiempo, motivados por las teorías de Einstein. Se decía que si alguien viajaba al pasado, se encontraba con su abuelo y por alguna razón lo mataba, estaba anulando el propio nacimiento. Creo que es para pensar. Cuando puedas, queridísima Luna, te haré llegar mi cuento «La Tortuga y el Tiempo» que toca un tema similar. En cuanto al tuyo, como siempre me parece un alarde de narrativa: la tensión muy bien manejada y todo muy bien sugerido, en especial cierta carencia afectiva de la protagonista, que la lleva a integrarse a la vida de familia de su abuelo. Un fuerte abrazo.

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    • lunapaniagua dijo:

      ¡Muchas gracias! El libro de Stephen King 22/11/63 también trata el tema de los viajes en el tiempo y la alteración del pasado. Cualquier día publicaré esa reseña pero la voy posponiendo por las que me piden.
      Tu cuento mándamelo cuando quieras, estaré encantada de leerlo.
      Tu comentario sobre mi relato me deja sin palabras, no puedo describir lo que me emociona que alguien piense todo eso al leerlo. Muchas gracias otra vez.
      Un abrazo.

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  4. whatgoesaround dijo:

    Hostia, pero cómo mola, jajaja. Mola muchísimo, estoy de acuerdo en que se lee del tirón y que te ha quedado muy bien. Es muy bonito, precioso y emotivo, de hecho por razones muy distintas me siento algo vulnerable y tu relato me ha emocionado, sin llegar a la lágrima. Ojalá pudiéramos vivir historias así y reunirnos con seres queridos que hemos perdido. Lo de los geriátricos es muy triste. Es cierto, existe “La Paradoja del Abuelo” y es tal como te la comentan. Has tirado largo de imaginación…ve entonces platillos volantes o máquinas suspendidas, eso me ha gustado. Yo si tuviera una máquina de esas me volvería loco, jajaja. Mis dos primeras paradas serían la Atlántida, de la que no dudo de su existencia, y el antiguo Egipto, quisiera de una vez saber cómo narices lo hicieron para construir esas maravillas colosales. ¿Y tú, adónde te gustaría viajar? Bueno, dónde no, cúando…

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  5. palmeiralibre dijo:

    Es muy buena tu historia. Te digo lo mismo que a Disaster: os superáis cuando parece que lo habéis dado todo. Que ya no se os puede pedir más.
    Desde hace unos días me dejó colgada el ordenador y ahora trato de recuperar lo perdido leyendo vuestros magníficos trabajos. Me encanta como logras aglutinar a una serie de estupendos escritores -y opción a comentar a los que no lo somos, como en mi caso- lo mismo que si se tratase de una gran familia bien avenida.
    Sigue así, Luna. Si tus narraciones son extraordinarias, tu labor de conductora literaria ( no sé si está bien expresado) es encomiable.
    Un abrazo.

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  6. María Rivero Sánchez dijo:

    Qué historia tan entrañable, Luna! Me ha dado mucha pena imaginar a ese abuelo encerrado… Qué pasaría por su cabeza en aquellos momentos?

    No sé, en algunos fragmentos también he pensado en mi abuelo, con el que pasaba solo parte del verano y algún puente, y del que no puedo evitar acordarme más ahora en otoño, siempre que huelo las calabazas, me acuerdo de él, de cuando volvía del campo y las partía para compartir con mi hermana y conmigo las pipas.

    Viendo fotos de su juventud, de cómo se reían y de cómo disfrutaban incluso con cosas pequeñas, a veces yo también fantaseo con darme un paseo por la juventud de mis abuelos, aunquea mí me llama más la atención el periodo de sus amoríos, que ríete tú de las telenovelas, las pocas veces que mi abuela hablaba se le escapaban comentarios con los que era imposible no dejar volar la imaginación…

    Un beso

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    • lunapaniagua dijo:

      Ja, ja, pensamos que eran unos mojigatos pero me da que estamos equivocados.
      Qué suerte tener fotos de tus abuelos de jóvenes, yo he visto alguna cuando los nietos éramos pequeñitos (y ya me pareces muy jóvenes 🙂 ).
      Me ha encantado el recuerdo de las calabazas.
      ¡Muchas gracias! Un beso.

      Le gusta a 3 personas

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