El cotillón

EL COTILLÓN

Apuro mi segunda copa sin dejar de preguntarme qué demonios hago yo aquí, si no me gustan los cotillones. Pero claro, cuando el chico que te gusta te propone que vayas a uno todo cambia. Aunque te lo diga la misma mañana del 31 de diciembre, no tienes más remedio que llamar a tus amigas y decirles que ya no sales con ellas. Que tu amor platónico desde hace dos años por fin se ha dado cuenta de que existes y vuestro principio de cuento de hadas va a ser esa misma noche.

Porque, ¿qué otra cosa iba a ser si no? ¿Por qué me iba a invitar, sino para buscar nuestras miradas entre la multitud, sonreírnos con timidez y darnos nuestro primer beso tras las campanadas? Pues porque su novia es relaciones públicas de la discoteca y necesitaba un mínimo de asistencia para cobrar comisión.

Así que llevo tres cuartos de hora sola en la barra, al lado de un chico que ni me ha mirado, con mi escotazo, mi ropa interior más sexy y perfectamente depilada. Llegué sintiéndome Jennifer López y ahora solo me falta fumar para ser Bridget Jones. Lo mejor que puedo hacer es marcharme, aunque, ¿ese chico de ahí me está mirando? Yo diría que sí, y parece muy mono. Creo que voy a pedir la tercera copa. Se está acercando, me apoyo en la barra y compruebo con disimulo que mi escote está bien colocado. Cada vez está más cerca, y sí, es muy guapo, de repente estoy nerviosa como una colegiala, espero que la iluminación no le deje apreciar que me estoy sonrojando. Al final va a merecer la pena haber venido. Ya casi está aquí. —Hola cariño— le dice el chico que está a mi lado, y se besan. Ahora sí que me voy a casa, feliz año nuevo.