Artot Minteko

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—¡Veinte mil! —grité, rogando en silencio que por favor acabara ya. Con seguridad no llevábamos ni tres minutos con esa puja, pero a mí se me estaba haciendo tan larga como si fueran tres horas.
—¡Veinte mil doscientos! —Escuché al fondo. Tenía la respiración acelerada, sentía gotas de sudor ácido resbalarme por la espalda y los receptáculos auditivos muy calientes. Cerré los ojos, vi pasar por mis párpados tapiados años de esfuerzos, de trabajo sin descanso. También a mi padre, en su lecho de muerte, susurrándome que luchara por tener un futuro mejor que su pasado y que el presente que él me había conseguido. Me dije que valía la pena, y como si no fuera mía, oí mi voz:


—¡Treinta mil!
Durante unos segundos se hizo el silencio. Yo estaba tan tenso que si hubiera recibido un golpe me habría partido antes que doblado. Y entonces comenzaron los cuchicheos. El subastador recorría la sala con sus tres ojos.
—¡Treinta mil a la una!
Mantenía el martillo en alto. Yo lo miraba con fijeza y la potencia auditiva al máximo, esperando escuchar la voz del otro postor.
—¡Treinta mil a las dos!
Por fuera mi cuerpo era como una roca, inmóvil y duro, pero por dentro era como la hélice de una lavadora. En especial el estómago: se agitaba con tanta violencia que amenazaba con expulsar la comida.
El martillo comenzó a descender. Despacio. Muy despacio. Demasiado despacio. Y de repente:
—¡Treinta mil a las tres! Adjudicado el planeta U1303 a… a… Perdón —dijo el subastero mirándome—, ¿quién es usted?
Todos me miraban, en realidad. Les extrañaba ver ahí a alguien como yo, y aún más gastando esa cantidad. Yo no era como ellos. Yo era un ciudadano inferior, de los que solo tenían cuatro brazos, y reptador. De nuevo pensé en mi padre. En cómo malvivió, cómo se arrastró de empresa en empresa pidiendo ayuda para su proyecto. La mayoría ni siquiera lo quiso escuchar. Los pocos que sí lo hicieron lo trataron de loco y se rieron de sus augurios. Aun así nunca se rindió, y su único consuelo al morir, a sus ciento sesenta años, era pensar que yo sí lo lograría. Para ello cambié el planteamiento: si en ese planeta nadie quería llevarlo a cabo, lo haría en otro. Así que tomé aire y con orgullo dije mi nombre:
—Perkut Minteko.
—Adjudicado el planeta U1303 a Perkut Minteko. Puede usted pasar por el despacho a realizar los trámites.
—Muchas gracias. —Creo que conseguí dominar el temblor que amenazaba a mi voz. Me giré y salí de la sala mientras sentía los tríos de ojos de todos los presentes clavados en mi espalda.
A la mañana siguiente monté en mi nave y visité el planeta, al que rebauticé como Artot Minteko, en honor a mi padre. Era pequeño, pero reunía las condiciones para llevar a cabo mi proyecto. Una semana después, junto con los pocos voluntarios que accedieron a acompañarme, comencé a llevar todo el material. Nos costó un mes, y a partir de entonces, Artot Minteko fue nuestro hogar. Primero construimos la bóveda, con sistemas para controlar temperatura, humedad, presión y luz. Después todo nos resultó más fácil y cómodo: criaderos de comida, edificios comunes, particulares, zonas de recreo… En un año teníamos una planeta bonito y seguro, y habíamos aumentado la población.
Lo había conseguido. Me gustaba subir todo lo posible en mi nave individual y mirar a través de la cúpula. Pensaba que mi padre, dispersado en materia cósmica, me veía y estaba orgulloso de mí. En eso estaba cuando se acercó un gran artefacto metálico y descendieron de él dos alienígenas blancos, bípedos, con dos brazos y una cabeza ovalada y espejada. Estuvieron una temporada y al final se fueron. Ahí me encontraba también cuando comenzó la lluvia de material galáctico, tal y como mi padre previó: primero del tamaño de una antena y luego como una cabeza. Más tarde las bolas de fuego. Nuestra cúpula resistía y repelía cada impacto. Acertó en todo: lo que ocurriría y cómo hacerle frente; los materiales, los planos… Todo.
A pesar de lo mal que trataron a mi padre, sufrí cuando se acercaron nuestros antiguos vecinos desde nuestro viejo planeta en llamas y golpearon la cúpula; rogaban con gestos, y gritos que no se oían desde dentro, que les dejáramos entrar. No podíamos. Si abríamos un hueco en la bóveda, por pequeño que fuera, la presión se descompensaría y se vendría abajo. Al final la opacamos y continuamos con nuestras vidas, no tenía sentido contemplar esa hecatombe.

Doscientos años después, el Artot Minteko aún no ha vuelto traslúcida su cúpula protectora. Tampoco notarían la diferencia, ya que es el único astro que sobrevivió a la catástrofe.

Con este relato participo en el concurso de Zenda #CienciaFicción.

30 comentarios en “Artot Minteko

  1. whatgoesaround dijo:

    Debo confesar que la primera idea que me ha venido a la cabeza ha sido que Artot Minteko era un nombre vasco. También Pertuk, pero sobre todo el apellido Minteko… ¿no tiene nada de vasco? O parecido, porque la sonoridad es total.
    Pues subasta intergaláctica, especulación intergaláctica, contaminación intergaláctica, mezquindad intergaláctica, sensatez intergaláctica y supervivencia intergaláctica, en un relato que tiene mucho de premonitorio y de ilustrativo. La basura nos caerá del cielo si antes no nos ha devorado la basura de más abajo, haciendo de este hogar un lugar inhabitable.
    Y mudanza intergaláctica… ando liadísimo y atareadísimo, intentando hacer lo máximo estos días, pero avanzo lento. Hay cosas que se complican, como cuestiones de instalación eléctrica, por ejemplo. Me acerco al ordenador poco, muy poco. Más adelante, cuando me quite lo más gordo…
    No te sientas torpe, porque lo has hecho muy bien.

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    • lunapaniagua dijo:

      ¡Hola! Me alegra volver a leerte 🙂
      No era mi intención poner nombres vascos, pero no sé qué nombres son alienígenas y tal vez el subconsciente haya tirado para lo que conozco…
      Muchas gracias, me alegra leer que me ha salido bien. Seguro que algo de lo que he escrito se puede catalogar como ciencia ficción, pero partí de otra idea y salió así por casualidad. Esto de pensar desde el principio que fuera ciencia ficción me bloqueó y estuve a punto de dejarlo, pero por el tema ese de mi cabezonería me insistí a mí misma y esto salió después de darle muuuuuchas vueltas.
      ¡Mucho ánimo (y paciencia) con la mudanza!
      Un abrazo

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  2. Lídia Castro Navàs dijo:

    Qué chulo, Luna!! 🙂 Me ha encantado, a la vez que sorprendido, por el género. La ci-fi no es muy corriente por tu blog jeje 😉
    Lo de la cúpula opaca para no ver ni oír a los de fuera… buff, qué imágenes me han venido a la cabeza…
    Muy bueno. Abrazo fuerte y feliz finde 🙂

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  3. palmeiralibre dijo:

    ¡Buenísimo! En ningún momento decae el interés del lector. La puja te mantiene en vilo. Y ese final apocalíptico… Quizá en tu relato la ficción sólo radique en el aspecto de los personajes, todo lo demás puede resultar de una realidad demoledora. Hasta eso de “dispersado en materia cósmica” pudiera ser -considerado desde el terreno de la Metafísica- una forma de integrarse en el Todo.
    Está más que comprobado que tu inspiración puede con lo que le exijan.
    Un fuerte abrazo agradecido.

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