En blanco

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EN BLANCO

Jon salió de su despacho. Miraba al suelo y se frotaba la frente con una mano. Con la otra cerró la puerta y se apoyó en ella. Ali, su mujer, se acercó y le acarició el hombro. Él levantó la cabeza y dejó expuestos unos ojos rojos y apagados, unas profundas ojeras y unas cuantas arrugas más que una semana antes.

—Ven a la cocina conmigo, he preparado té con limón —le dijo Ali con suavidad.

Jon giró la cabeza de lado a lado. No parecía sentir el roce de la mano de su mujer ni el cariño de su voz.

—¿Por qué me pasa esto ahora? ¿Por qué? —Una angustia apenas contenida desafinaba sus palabras.

—No te martirices más. Es algo normal. Has tenido suerte de que hasta ahora no te haya ocurrido. Piensa en otra cosa y verás como enseguida superas esta mala racha.

—¡Miedo al folio en blanco! —gritó. Si había escuchado el intento de consolarlo no dio muestra—. ¿Cómo es posible que tenga miedo al folio en blanco? ¡Después de diez novelas publicadas y miles de artículos en revistas! ¿Qué tipo de mal chiste es este?

—Jon, tranquilo, por favor. —Intentó de nuevo Ali—. Ponerte así no te hace ningún bien.

—Tienes razón —admitió, y dejó caer los hombros—. Voy a dar un paseo, a ver si me despejo.

Salió de casa sin coger una chaqueta, a pesar de que era octubre y empezaba a refrescar. Ali suspiró y volvió a la cocina, se sentó y le dio un sorbo al té, con la mirada perdida en la pared de enfrente. Ninguno de los dos se dio cuenta de que la pequeña Esti, su hija de siete años, había escuchado la conversación desde la puerta de su cuarto. Tampoco vieron que fruncía el ceño y apretaba los labios mientras su cerebro funcionaba a toda velocidad. Entonces sonrió: tenía una idea para ayudar a su padre. Salió muy despacio de su habitación, dispuesta a llevar a cabo su plan.

Jon caminó sin rumbo por el barrio. No saludó al vecino de enfrente cuando se cruzaron, tropezó con una mujer que salía de la tienda de lencería y se chocó con el repartidor de cervezas que entraba a uno de los bares. El claxon de un coche lo sacó de su ensimismamiento; cruzaba en rojo la carretera. Le pidió perdón con la mano al conductor y decidió volver a casa, se había llevado un buen susto y de repente sentía mucho frío.

Nada más entrar se fijó en que la puerta de su despacho estaba abierta. Él siempre la cerraba, también su mujer. Su hija tenía prohibido entrar, porque cada vez que lo hacía le faltaba algún lápiz o encontraba cualquier cosa fuera de su sitio. Aun así, dio por hecho que era la niña. Cogió aire y contó hasta tres; no quería enfadarse ni gritar. Entró y vio a Esti sentada en el escritorio, con su estuche abierto y las pinturas desperdigadas. Pintaba un folio de azul y tenía muchos, muchísimos más pintados a su alrededor. No dibujaba, solo rayaba la superficie de cada hoja con un mismo color.

—¡Esti! ¿Qué haces?

La niña levantó la cabeza y sonrió al ver a su padre. Le dedicó una sonrisa enorme, de esas que le achinaban tanto los ojos que no se le veía el iris.

—Estoy pintando tus folios —dijo, como si no fuera evidente, y le enseñó el que tenía a medias.

—Ya… pero… cielo, sabes que no puedes entrar en el despacho de papá. ¿Por qué lo has hecho?

—¡Para que no sean blancos! ¡Mira cuántos he pintado! Así no te darán miedo. —Se estiró y volvió a mostrar su mejor sonrisa, deseosa de recibir el agradecimiento que creía merecer. Sin embargo, sus labios se convirtieron en una recta y se retrajo en la silla al ver la cara de su padre. Pensó que se había puesto muy triste, porque parecía que iba a llorar—. Papá… ¿no te gusta?

Jon se acercó a su hija, la cogió en brazos y la apretó contra él hasta que ella protestó. Le dijo que podía quedarse en su despacho, pero que ahora le hiciera un bonito dibujo para pegarlo en la pared. Mientras Esti dibujaba sentada en el suelo, su padre escribía el comienzo de una nueva novela en un folio verde.

Relato para el taller de Literautas de abril.

Requisitos: que esté protagonizado por un escritor o una escritora con miedo al folio en blanco.

Reto opcional: incluir las palabras lencería, lápiz y limón.

40 comentarios en “En blanco

  1. palmeiralibre dijo:

    Pienso igual que tú. Te aseguro que, a partir de ahora, trataré de utilizarlo con más frecuencia; lo que ocurre es que resulta más cómodo echar mano del punto escribiendo frases cortas.
    Me ha encantado tu historia. Lo que no logren los niños…
    Y ahora echo mano de un fragmento del comentario que escribí en su día al regreso de ver la ópera “La página en blanco”. Alguna afinidad tiene con tu narración:
    “Precisamente, hace algo más de una hora, he llegado de ver en el Real “La página en blanco”, de Pilar Jurado: compositora, libretista e intérprete de esta ópera. A pesar de tratarse de una obra vanguardista -con mezcla de romanticismo y otros ingredientes-, me ha gustado mucho. Trata de un compositor que se enfrenta a la página en blanco y a la tecnología: realidad virtual, velocidad, exceso de información… (Que me lo digan a mí que, con tanta información, más que informada ando perdida.) Es una ópera de ciencia-ficción, pero con una filosofía profunda: ¿a dónde vamos?, ¿vale la pena toda esta tecnología?, ¿vale todo?…”
    Me gustaría comentar algo de “Gloriana”, la última ópera a la qué he asistido; pero me está ocurriendo lo mismito que al personaje de tu historia.
    Un abrazo bien grandote.

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    • lunapaniagua dijo:

      Muchas gracias 🙂 Esto del folio en blanco no sucede solo a los escritores, es algo general entre las personas creativas.
      Ya sabes, pinta los folios y cuéntanos esa crónica de «Gloriana» 😉
      (La tecnología ayuda en mucho, pero yo también me bloqueo a veces y echo de menos artilugios más «manuales»).
      Besazos

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  2. Magdalena dijo:

    Me ha gustado a rabiar, Luna. Dicen que las ideas no duran mucho. Hay que hacer algo con ellas. Pues tú, hija mía, sabes sacarle provecho al máximo. La inteligencia tiene sus límites, pero la tuya se desborda como estos días el Ebro. Saber y saberlo demostrar como sabes hacerlo, es valer dos veces.
    Besiños palmeiráns, querida Luna.

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  3. FELIPE dijo:

    Cuando nacemos somos una hoja en blanco. Nada nos es propio. Hasta las características físicas nos vienen dadas por nuestros progenitores.

    Escribir esa página en blanco, la nuestra, es en lo que consiste la vida. Caben la letra clara y luminosa, la compleja e ininteligible y la reposada o presurosa. Caben la limpieza y pulcritud y la tachadura y rectificación. Caben la coherencia y el rigor y la paradoja y el absurdo. Caben las risas y alegrías y las lágrimas y los lamentos. Caben los gritos. Caben los besos. Pero lo que no cabe, pasado un tiempo y andado ya un trecho del camino, es que esa página permanezca en blanco. Como le pasa al protagonista de su microcuento. Porque eso significa, sencillamente, no vivir. La solución dada para salir de esa angustiosa y dramática situación encierra sabiduría. Por una parte, saltarse la reglas -de no entrar en la habitación- que nos vienen impuestas -por la sociedad- cuando carecen de sentido y nos impiden ser nosotros mismos y, por tanto, vivir. Por otra, volver a la infancia -la hija- para reencontrarnos, orientarnos y retomar la búsqueda -escritura- nuestro lugar en el mundo -vida-.

    Felicitaciones por su sensibilidad y buen gusto.

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  4. tecuentodeviajes dijo:

    Me ha encantado Luna 😀 es una historia preciosa. No se lo digas a nadie, pero conociéndome como me conozco 😉 yo hubiera reaccionado igual que la niña 😀 , de pequeña era muy ocurrente, dispuesta siempre a ayudar y siempre he estado cerca de los colores… 😀 me veo. Aún hoy recuerdo anécdotas familiares por tomarme las frases de los adultos en su forma más literal 😀 .
    Reto literario superado con creces 🙂 ¿Estarás recopilando todos estos microcuentos no? 😀 porque saldría un libro tan precioso como tu.
    Un abrazote y besitos dominicales.

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