Ni lágrimas ni olvido

prisión franquista mujeres Guipúzcoa

Imagen de Indalecio Ojanguren

NI LÁGRIMAS NI OLVIDO

Ya sé lo que piensas: que lloro porque tengo miedo a la muerte, ¿a que sí? Es normal que te lo parezca, al fin y al cabo soy un viejo de 85 años que ya no puede ni levantarse de la cama para hacer sus necesidades. Pero no. No me asusta morir; al contrario, cuando el Señor decida llevarme a su lado, por fin mi conciencia se acallará. Bueno, el Señor o lo que sea, yo ya no sé ni qué creer. No me mires con esa cara, no son delirios de un viejo chocho. Si quieres, te cuento lo que me ocurre. ¿Sí? Muy bien, supongo que tienes tiempo. Espero tenerlo yo también… Sin embargo, antes de empezar, prométeme una cosa: que no te lo guardarás para ti solo. Haz que España lo sepa. No lo olvides.

Se puede decir que tuve una buena infancia, nunca me faltó de nada. Mi madre era una buena mujer que repartía su tiempo entre la casa y la iglesia. Recta, pero cariñosa. Mi padre trabajaba todo el día y apenas lo veía; eso sí, cuando estaba con él, debía andarme con cuidado, ¡vaya cachetadas que soltaba por cualquier falta! Me hubiera gustado tener un hermano, mas no pudo ser. Yo era un niño formal: recogía mi cuarto, estudiaba y sacaba buenas notas y siempre volvía a casa cuando comenzaba a anochecer. Creo que no se puede resaltar nada de mi niñez. Hasta que empezaron las visiones.

Primero era una imagen de una playa y unas rocas puntiagudas. Me despertaba con el corazón alterado y solo veía eso. Yo no sabía ni que aquello era el mar. ¡Qué iba a saber, si no había salido de Toledo! Un tiempo más tarde alteraba mis sueños una especie de leopardo blanco. Me miraba, enseñaba los dientes y se abalanzaba sobre mí. Justo entonces me desvelaba, aterrado, y luchaba por no volver a dormirme. Después mi sueño recurrente era una mujer, muy guapa. No, no es eso, no pienses mal. Ella me abrazaba y me decía: «Tranquilo, Raúl, tranquilo, mi niño, la ama no dejará que te pase nada malo». Me daba como ojeriza que una mujer que no conocía me tratase de esa manera; y además, ¿Raúl? Si yo he sido Francisco de siempre, como bien pone en mi partida de nacimiento. Aunque te confieso que con el tiempo le cogí el gustillo, y no he dormido mejor que cuando soñaba con ella.

Nunca dejé de tener esos sueños, o pesadillas, o visiones. Lo que sean. Me acostumbré a ellos y solo muy de vez en cuando me preguntaba por qué los tenía. Pero una noche, hace unos años, vi un documental, uno en que decían que en las cárceles franquistas para mujeres las vejaban, ¿te lo puedes creer? Que en las fotos salían guapas porque las engañaban, les decían que era para una película. El caso es que hubo una en el norte, en Guipúzcoa, en una playa que se llama Saturrarán. Cuando vi las imágenes casi se me para el corazón: era la misma de mi sueño, la del mar con las rocas puntiagudas. Custodiaban a las presas unas monjas, y no te imaginas cómo llamaban a la peor de todas, la superiora… ¡la Pantera blanca! Decían que tenía el hábito blanco, pero el corazón muy negro. Las reclusas estaban allí solo por ser republicanas o familia de republicanos y las trataban de una manera horrible; el peor de los castigos que les infligían era dejar morir a sus hijos o… o robárselos. Para darlos en adopción a familias afines al régimen. A familias franquistas, como la mía.

Demasiado para negar la evidencia. Tantas coincidencias no podían ser casualidad; tuve que asumir que mis sueños son en realidad recuerdos y yo fui uno de aquellos niños arrebatados a sus madres. A esa madre que me arrulla en sueños. Quién sabe si salió viva o no de allí. En cualquier caso, es improbable que lo esté a día de hoy. ¿Sabes lo que hice cuando me enteré? Callar como un cobarde. No volví a ser el mismo, me escocían las entrañas. No obstante, ni siquiera se lo conté a mi señora, que en paz descanse. Ella me veía raro y se pensaba que tenía una amante. Aun así, mantuve mi silencio, prefería que muriera pensando que la engañaba a sabiendo que sus hijos llevan sangre roja y vasca.

Ahora me falta poco para reunirme con ella y terminará la tortura de haber ocultado tamaña verdad. Una mujer en aquel documental, una superviviente de la cárcel, decía: «No lloréis, lo que tenéis que hacer es no olvidarnos». Yo hice lo contrario: olvidar y llorar. Y cuando me enteré de la verdad seguí llorando y callé. No lo hagas tú. Cuéntalo. Cuenta mi historia y la de tantas mujeres maltratadas y separadas de sus hijos. Cuenta la historia de mi madre.

Con este relato participo en el concurso de Zenda #UnahistoriadeEspaña.

29 comentarios en “Ni lágrimas ni olvido

    • Luna Paniagua dijo:

      Una amiga lo hacía para que su hijo entendiera las lecciones que se le atragantaban, las reescribía como relatos. Solo que ella tiene un humor innato, así como tú, y le salen mucho más divertidos que los míos…
      Muchas gracias, Capitán. ¡Buen día!

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    • Luna Paniagua dijo:

      Muchas gracias. Este tema se me quedó grabado desde que vi la película y me pasa por la cabeza cada vez que voy a esa playa (es la de la foto, la cárcel estuvo en los edificios que se ven, ya derruidos), así que cuando leí las bases del concurso, no tuve duda.
      Un besote

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  1. Raúl dijo:

    Te juro que me has hecho llorar, a veces infravaloramos el poder que tienen los recuerdos, ¡Qué bien lo has contado! Antes había visto el trailer, una historia tristísima la de los niños robados que, en contra de lo que muchos creen, no debemos olvidar, porque el olvido no es más que la ciénaga de nuestra propia identidad. Un abrazo.

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    • Luna Paniagua dijo:

      Yo me enteré de las cárceles franquistas de mujeres por esa película. A raíz de verla googleé sobre el tema y me impactó muchísimo. Más aún al conocer el lugar.
      Muchas gracias, Raúl, siempre me ilusiona saber que mis letras transmiten. Por cierto, el niño es Raúl porque así se llama el hijo de la protagonista en la película.
      Un abrazo

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  2. palmeiralibre dijo:

    Es tan fuerte lo que cuentas en tu historia, Luna, tan terriblemente inhumano que una quisiera pensar que es pura ficción. Pero no cabe la menor duda de que no lo es… A mí me sucedía lo que a ti: en mi pueblo no ocurrieron grandes acontecimientos en esa época y vivíamos en la inopia. Sólo recuerdo que mi abuela me contó que en una ocasión escondió dentro del pozo a un amigo de mi tío para que no lo llevasen detenido y posiblemente fusilasen. Ella carecía de ideologías y le sobraba humanidad.
    Lo de los niños robados fue una noticia tardía que conocimos a través de la tele.
    El tuyo es un buen relato que te deja el corazón encogido. Y afligido…
    Espero que seas premiada por tu preciosa narrativa de denuncia.
    Un abrazo.

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