En el aire

en el aire

EN EL AIRE

No sé cuántas veces me han preguntado si me arrepiento. Bueno, sí lo sé, exactamente el mismo número de veces que he contestado que no. No me arrepiento, en absoluto. Ese pipiolo era un creído, un usurpador, un provocador, un mal que había que erradicar. Apareció con su donaire de los veinte apenas pasados, su metro ochenta y cinco y su sonrisa de estudiada despreocupación. La versión oficial era que estaba de prácticas; sin embargo, yo lo calé enseguida: quería quitarme el puesto de presentador. A mí, con lo que me había costado ponerme al frente del concurso. No iba a dejar que me desbancara, por supuesto que no. Seguir leyendo

El abuelo me tiene manía

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EL ABUELO ME TIENE MANÍA

—No vas a tocarla en tu vida, rapaz.

Esa es la respuesta que recibí de mi abuelo la primera vez que le pedí su bicicleta. Ocho palabras que desencadenaron las lágrimas del niño de cuatro años que yo era entonces.

—¡Padre! No le diga eso al niño. Mire qué disgusto le ha dado. —Mi madre me acarició la cabeza y yo me agarré a su pierna más fuerte de lo que nunca, años después, me agarraría a ninguna farola de vuelta a casa tras salir de fiesta. —Déjele, solo es una bicicleta.

—No es solo una bicicleta. —El abuelo achinó los ojos y movió el dedo índice de la mano derecha delante de la cara de mi madre—. Es mi compañera, juntos somos una máquina perfecta. No quiero que ningún mocoso la estropee. Seguir leyendo

Un sombrero nuevo para una nueva vida

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UN SOMBRERO NUEVO PARA UNA NUEVA VIDA

La tienda era más grande de lo que Eli siempre había pensado al verla desde fuera. Aunque le sorprendió aún más que allí solo vendieran sombreros. A pesar del cartel sobre el escaparate: «La sombrerería», estaba segura de que habría más productos; cestas de mimbre, corbatas, fulares… algo de eso. Le parecía increíble que la gente comprara tantos sombreros como para que alguien pudiera vivir de ello. Seguir leyendo

La cueva del Dragón

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LA CUEVA DEL DRAGÓN

—Recuérdame por qué he venido contigo… —Ángel apenas podía seguir el ritmo de su hermana.

—Porque eres mi hermano mayor y tienes la errónea idea de que no sé cuidar de mí misma y debes hacerlo tú.

—Sara, entrar en una cueva que lleva más de ochenta años cerrada y de la que nadie en el pueblo quiere contar nada no parece un acto de responsabilidad.

—No es que no quieran, es que no saben. —La joven encendió la linterna frontal y Ángel la imitó. En breve se adentrarían lo suficiente como para que no entrara luz del exterior—. No queda nadie vivo de cuando la cerraron.

—¿Cómo que no? ¿Y el abuelo?

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En blanco

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EN BLANCO

Jon salió de su despacho. Miraba al suelo y se frotaba la frente con una mano. Con la otra cerró la puerta y se apoyó en ella. Ali, su mujer, se acercó y le acarició el hombro. Él levantó la cabeza y dejó expuestos unos ojos rojos y apagados, unas profundas ojeras y unas cuantas arrugas más que una semana antes.

—Ven a la cocina conmigo, he preparado té con limón —le dijo Ali con suavidad.

Jon giró la cabeza de lado a lado. No parecía sentir el roce de la mano de su mujer ni el cariño de su voz.

—¿Por qué me pasa esto ahora? ¿Por qué? —Una angustia apenas contenida desafinaba sus palabras.

—No te martirices más. Es algo normal. Has tenido suerte de que hasta ahora no te haya ocurrido. Piensa en otra cosa y verás como enseguida superas esta mala racha. Seguir leyendo

El ligue

Con este relato he ganado el Concurso Marzo 2018 de Paula de Grei, y me he llevado —ni más ni menos— que el poemario de María Eugenia Hernández Grande (MaruSpleen), Spleen Spleen (Seis años y quizás un día).

Podéis leer todos los relatos que han participado aquí.

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EL LIGUE

—Es una maravilla, ¿verdad?

Miré hacia la voz que me había sacado de mi ensimismamiento. Me encontré con unos ojos azules impresionantes, rodeados de un rostro de adonis. Mi cerebro pensaba algo inteligente que contestar, pero mi boca fue más rápida: Seguir leyendo

Artot Minteko

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—¡Veinte mil! —grité, rogando en silencio que por favor acabara ya. Con seguridad no llevábamos ni tres minutos con esa puja, pero a mí se me estaba haciendo tan larga como si fueran tres horas.
—¡Veinte mil doscientos! —Escuché al fondo. Tenía la respiración acelerada, sentía gotas de sudor ácido resbalarme por la espalda y los receptáculos auditivos muy calientes. Cerré los ojos, vi pasar por mis párpados tapiados años de esfuerzos, de trabajo sin descanso. También a mi padre, en su lecho de muerte, susurrándome que luchara por tener un futuro mejor que su pasado y que el presente que él me había conseguido. Me dije que valía la pena, y como si no fuera mía, oí mi voz:

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La bruja y el disco de Sabina

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LA BRUJA Y EL DISCO DE SABINA

Aquel martes era el primer día de mis vacaciones. A media tarde decidí que no podía pasar el día entero en casa y salí a dar un paseo por el barrio. Callejeando descubrí que habían abierto una tienda de discos, en el local donde hasta hacía pocos meses hubo una charcutería. La Diskería, se anunciaba en letras verdes sobre fondo amarillo. Empujé la puerta y entré mientras escuchaba un chirrido.

Me gustó mucho cómo habían decorado el interior: las paredes pintadas en color verde pistacho y los discos ordenados en estanterías de madera. Al fondo, tras el mostrador, me saludó una joven. Llevaba una camiseta de Kiss, tenía mechas moradas en su larga cabellera morena y los labios pintados de negro. Le devolví el saludo y me disponía a curiosear cuando la oí preguntar: Seguir leyendo

Kora y Cami

Gracias a Ana Centellas he conocido el blog Te cuento de viajes, de Cristina, y su estupendo reto garabatoliterario. Consiste en escribir un texto inspirado por una ilustración de la propia Cristina. En esta entrada, El viaje de la Blog-T-lla, está explicado. Aquí va mi aportación:

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KORA Y CAMI

—¡Mira, mamá! —La pequeña Kora, de 8 años, entró en la cocina con la respiración entrecortada y las mejillas coloradas. Con el brazo extendido enseñó a su madre lo que llevaba en la mano.

—¿Qué es eso? ¿Una botella? ¿No será de cristal? A ver si se te va a romper y te vas a cortar.

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¿Feliz? año nuevo

¿FELIZ? AÑO NUEVO

No fue una buena idea conocer a los padres de mi novia en la cena de Nochevieja. Debería haberle dicho que no, que pasaría la velada con mi familia. Hubiera sido una buena razón, muy comprensible, para negarme. Pero en lugar de eso acepté y allí fui, con mi traje impecable, una botella de vino y un ramo de flores. «Ay, no tenías que haber traído nada», dijo su madre, sin embargo su sonrisa y sus ojos transmitían que entraba con buen pie. Solo tenía que mantenerme alerta para no soltar alguno de mis comentarios fuera de contexto, esos que me habían costado, a corto o largo plazo, el resto de mis relaciones. Tenía que aguantar.

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