Brindo por mí

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BRINDO POR MÍ

¿Qué mejor plan para una lluviosa tarde de sábado, a mis treinta y dos años, que una merienda con todas mis amigas? Pues cualquiera, si la cita es en casa de la que se acaba de casar, y su intención enseñarte todas las fotos y vídeos de la luna de miel y de la boda.

Lo del viaje de novios podría pasar, si no fuera porque no se ha tomado la molestia de hacer criba antes; de las mil fotos, doscientas están borrosas o apuntan a un objetivo desconocido, y te explica la razón de por qué salieron así —sí, con pelos y señales—; otras doscientas son de sus dedos anulares entrelazados —me sorprende que no se les dislocara alguno— luciendo alianzas sobre fondo difuminado; otros doscientos selfies de la parejita feliz tapando los lugares turísticos más relevantes de México —que con la cantidad de gente que hay en esos sitios, ya podrían haberle pedido a alguien que les hiciera una… una foto—; y por último, cuatrocientas repartidas entre una paradisíaca playa y el jacuzzi de su habitación en Punta Cana.

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