Quién lo iba a decir

QUIÉN LO IBA A DECIR

De pie al borde del acantilado, Miriam sujetaba la urna con las dos manos. La brisa le traía olor a sal y le revolvía los mechones que escapaban de la coleta. Quitó la tapa y esperó un momento de calma. En cuanto notó que cesaba el viento, lanzó las cenizas hacia el mar; quería asegurarse de que cayeran al agua. Las miró descender. Una corriente de aire las dispersó menos de un segundo antes de que una ola las engullera. Sonrió. Cerró la urna, dio  media vuelta y caminó despacio hasta el coche que la esperaba en el aparcamiento sin asfaltar, a unos pocos metros. Se sentó en el asiento del copiloto. Seguir leyendo