Hubo una época en la que con cada inspiración sentía que un alambre de espino rodeaba su corazón. Ya no; ya no le dolía vivir. Ya, simplemente, no podía sentir. Se dejaba llevar: una mirada vacía por la ciudad llena. Un alma ajena al sol y a la lluvia e impermeable a los sentimientos.
Hasta que la vio. Una flor solitaria asomaba por una grieta del hormigón. Una solitaria flor, roja como la sangre que volvía a percibir por las venas. Sacó el teléfono y le hizo una foto, por si olvidaba que la vida siempre se abre paso.
Microrrelato para el reto Escribir jugando de marzo del blog de Lídia. Requisitos: Seguir leyendo