Hasta el infinito

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HASTA EL INFINITO

—Deberías ver las rozaduras de mis talones, los tengo en carne viva. Eso sí, ha merecido la pena: una ascensión dura, pero ¡qué vistas desde arriba! El Aneto es el monte más alto de Pirineos, ni más ni menos. Y los he subido más altos, hija, antes de que tú nacieras. Yo subí al Everest, ¿sabías eso, Mariana?

—Eres un campeón —respondió Carla, mientras miraba a los ojos velados de su abuelo y le apretaba la mano. Él sonrió y perdió la mirada en el horizonte, más allá de la verja del geriátrico.

Cosas de niños

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—No seas impaciente, que no siempre tiene que ser lo que tú quieres y cuando tú quieres. Qué niño este, no tiene remedio. Hala, ahora se pone a llorar. ¿Es que no puedes aguantar  ni un poco? ¿No ves que si dejo de remover se me pega el arroz con leche? Además, que la culpa es tuya, mira que os he dicho mil veces a tu hermano y a ti que no juguéis con la caja de herramientas. No grites. He dicho que esperes, y si no quieres esperar, te sacas tú solito el clavo de la frente.

La cueva del Dragón

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LA CUEVA DEL DRAGÓN

—Recuérdame por qué he venido contigo… —Ángel apenas podía seguir el ritmo de su hermana.

—Porque eres mi hermano mayor y tienes la errónea idea de que no sé cuidar de mí misma y debes hacerlo tú.

—Sara, entrar en una cueva que lleva más de ochenta años cerrada y de la que nadie en el pueblo quiere contar nada no parece un acto de responsabilidad.

—No es que no quieran, es que no saben. —La joven encendió la linterna frontal y Ángel la imitó. En breve se adentrarían lo suficiente como para que no entrara luz del exterior—. No queda nadie vivo de cuando la cerraron.

—¿Cómo que no? ¿Y el abuelo?

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Caprichos

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CAPRICHOS

Ya se las apañarían para pagar las facturas, deseaban tanto ese chalé… Así que comenzaron a meter horas extras. Luego quisieron poner una piscina climatizada, y cada uno de ellos buscó otro empleo para compatibilizar con el que ya tenía. Entonces se les antojó ese coche de alta gama; para permitírselo ampliaron la jornada en los nuevos trabajos.

Consiguieron lo que se propusieron. Si bien no tenían ni un momento para bañarse en la piscina, solo usaban el coche para ir de casa al trabajo, y el único tiempo que pasaban en el chalé eran las cuatro horas que les sobraban para dormir.

En blanco

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EN BLANCO

Jon salió de su despacho. Miraba al suelo y se frotaba la frente con una mano. Con la otra cerró la puerta y se apoyó en ella. Ali, su mujer, se acercó y le acarició el hombro. Él levantó la cabeza y dejó expuestos unos ojos rojos y apagados, unas profundas ojeras y unas cuantas arrugas más que una semana antes.

—Ven a la cocina conmigo, he preparado té con limón —le dijo Ali con suavidad.

Jon giró la cabeza de lado a lado. No parecía sentir el roce de la mano de su mujer ni el cariño de su voz.

—¿Por qué me pasa esto ahora? ¿Por qué? —Una angustia apenas contenida desafinaba sus palabras.

—No te martirices más. Es algo normal. Has tenido suerte de que hasta ahora no te haya ocurrido. Piensa en otra cosa y verás como enseguida superas esta mala racha. Seguir leyendo

Artot Minteko

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—¡Veinte mil! —grité, rogando en silencio que por favor acabara ya. Con seguridad no llevábamos ni tres minutos con esa puja, pero a mí se me estaba haciendo tan larga como si fueran tres horas.
—¡Veinte mil doscientos! —Escuché al fondo. Tenía la respiración acelerada, sentía gotas de sudor ácido resbalarme por la espalda y los receptáculos auditivos muy calientes. Cerré los ojos, vi pasar por mis párpados tapiados años de esfuerzos, de trabajo sin descanso. También a mi padre, en su lecho de muerte, susurrándome que luchara por tener un futuro mejor que su pasado y que el presente que él me había conseguido. Me dije que valía la pena, y como si no fuera mía, oí mi voz:

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La solución

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LA SOLUCIÓN

Salieron juntos cogidos de la mano, como una pareja de enamorados que va a dar un paseo por el parque. Por fin habían hallado la manera de dejar atrás los celos, las peleas, las descalificaciones y la incomodidad. Hacía mucho tiempo que no sentían esa conexión tan especial entre ellos. Se dirigieron al juzgado y, sin dejar de mirarse a los ojos  y sonreír, firmaron los papeles del divorcio.

Fin de una era

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FIN DE UNA ERA

No lo entiendo.  Estoy abrumada. Yo… vale que alguna leve arruga comienza a aparecerme en la cara, y que hace años que no tengo edad de jugar al escondite entre los árboles del parque, pero… no es para tanto, ¡aún soy joven! Sin embargo, esta mañana… esta mañana… ¡ay, es recordarlo y se me saltan las lágrimas! Se me ha acercado un chaval, con cuatro pelos mal puestos debajo de la nariz, y me ha dicho: «Señora, ¿tiene hora?».

Reto: 5 líneas de Adella Brac. Marzo: señora, leve, árboles.

 

La bruja y el disco de Sabina

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LA BRUJA Y EL DISCO DE SABINA

Aquel martes era el primer día de mis vacaciones. A media tarde decidí que no podía pasar el día entero en casa y salí a dar un paseo por el barrio. Callejeando descubrí que habían abierto una tienda de discos, en el local donde hasta hacía pocos meses hubo una charcutería. La Diskería, se anunciaba en letras verdes sobre fondo amarillo. Empujé la puerta y entré mientras escuchaba un chirrido.

Me gustó mucho cómo habían decorado el interior: las paredes pintadas en color verde pistacho y los discos ordenados en estanterías de madera. Al fondo, tras el mostrador, me saludó una joven. Llevaba una camiseta de Kiss, tenía mechas moradas en su larga cabellera morena y los labios pintados de negro. Le devolví el saludo y me disponía a curiosear cuando la oí preguntar: Seguir leyendo

El poeta

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EL POETA

Ese catorce de febrero Carlitos llegó el primero a clase. Dejó un sobre rosa en la mesa de la profesora y se sentó en su pupitre, en la tercera fila. Se dio cuenta de que lo había puesto al revés; se levantó a toda prisa para darle la vuelta y que quedara hacia arriba lo que había escrito: «Para la señorita Elo». Regresó a su pupitre justo cuando sus compañeros comenzaban a entrar. Seguir leyendo