Solo el sol fue testigo del instante
en que prendió la mecha de mi esencia
liberó la compuerta sin prudencia
de emociones torrente incesante.
Nadie más vio el mirar centelleante
disputarle el ardor, cuánta insolencia
no era en verdad más que la impaciencia
de aquella que despierta a lo vibrante.
El temor me domina en el ocaso
¿si mi verdad se va con el ardiente?
¿si era no más una inquietud de paso?
Una ola me acaricia lentamente
sé que lo sabe, sé que no hay malcaso
pues el sol ha hecho al mar su confidente.