Su belleza, comparable a la de las diosas del Olimpo, su amplia sonrisa y la frescura de su caminar embelesaban a cuantos la veían en el mercado, ya fueran hombres, mujeres o niños. Solo una joven, tras un puesto de hierbas y remedios naturales, supo fijarse en sus ojos tristes.
Ese día, el ajetreo se paró por completo cuando llegó. Nadie entendía cómo podía resplandecer aún más; la única diferencia que le apreciaban era una flor amarilla prendida en el pelo. No dejaban de observarla; aun así, no la vieron guiñar uno de sus brillantes ojos a la herbolera.
Microrrelato para el reto Escribir jugando de mayo del blog de Lídia. Requisitos: Seguir leyendo