EN BLANCO
Jon salió de su despacho. Miraba al suelo y se frotaba la frente con una mano. Con la otra cerró la puerta y se apoyó en ella. Ali, su mujer, se acercó y le acarició el hombro. Él levantó la cabeza y dejó expuestos unos ojos rojos y apagados, unas profundas ojeras y unas cuantas arrugas más que una semana antes.
—Ven a la cocina conmigo, he preparado té con limón —le dijo Ali con suavidad.
Jon giró la cabeza de lado a lado. No parecía sentir el roce de la mano de su mujer ni el cariño de su voz.
—¿Por qué me pasa esto ahora? ¿Por qué? —Una angustia apenas contenida desafinaba sus palabras.
—No te martirices más. Es algo normal. Has tenido suerte de que hasta ahora no te haya ocurrido. Piensa en otra cosa y verás como enseguida superas esta mala racha. Seguir leyendo