Gracias a Dios o a quien sea que ya se acaban estas Navidades. Las más estresantes de mi vida, con diferencia. Desde el día de principios de noviembre en que recibí las cartas de papá Noel y los Reyes Magos he estado en un sinvivir. Que ellos no iban a venir este año, escribían, que son grupo de riesgo y no podían salir. Me puse en contacto con Olentzero, el Apalpador, el Angulero, el Tío de Nadal y nada, que estaban todos en confinamiento preventivo. ¡El Tío de Nadal! «Pero si eres un tronco», le contesté. Y él, que sí, que un tronco pero viejo, y que si un año se podía librar de los golpes, no iba a perder la oportunidad.
No tenía elección: tocaba preparar una estrategia para que mis dos hijas tuvieran sus regalos sin darse cuenta de que había sido yo. Escribí las cartas con ellas, buscando lo que querían en internet con la excusa de ponerlo bien, para que no se confundieran y les trajeran algo parecido que no les gustara tanto. «Pero mamá, si siempre lo han entendido». «Ya, pero este año igual andan despistados con lo del coronavirus y se lían». Menos mal que soy de respuesta rápida, porque estas dos cuando no quieren enterarse no se enteran de nada, pero cuando sí… ríete tú de Poirot.