Necesito el mar para reencontrarme, para vaciarme, para llenarme. No un mar cualquiera, no; el mío: el que brama, el que golpea, el que impone, el que ha designado víctimas y milagros. El que me acoge con frialdad en pleno verano y aun así me cura sin escozor las heridas más íntimas.
Necesito el brillo de las gotas en el verde exuberante que perpetúa la humedad. Esa humedad que brota por doquier y raya el paisaje en toda dirección con su eterno saltar y cantar. Seguir leyendo