El viento libera mechones de su pelo y colabora con el entusiasmo para colorearle las mejillas. Desde que la conozco me ha atraído como un imán, pero nunca la había querido tanto como ahora, mientras grita «¡idiotas!» una y otra vez. Sigo su mirada y me encuentro con un montón de ojos desbordantes de envidia, que no pierden de vista a la casita atada a un aerostato en la que viajamos. Ahí se quedan, con los pies clavados en la insulsa cordura, todos los que se reían de mí por querer construir castillos en el aire.
Microrrelato para el reto Escribir jugando de febrero del blog de Lídia. Requisitos: Seguir leyendo