Aunque siempre me daba un caramelo de jengibre cuando subíamos en el ascensor, no me gustaba encontrármela. Creo que las arrugas de su cara me daban grima. Vivía en el quinto y ya era vieja cuando yo era niño. Mi hermana y yo la llamábamos la Dinosaurio a pesar de las regañinas de mi madre.
El día que vi su esquela en el portal no sentí nada. Sin embargo, al entrar en el ascensor un fuerte olor a jengibre penetró en mis entrañas y se me clavó como una daga. Ahora siempre subo por las escaleras; aun así, la extraño.
Relato para el taller de escritura de Literautas de junio. Requisito: microrrelato de cien palabras como máximo y de tema libre. Reto opcional: incluir en el texto las palabras daga, ascensor y dinosaurio.