Comparto mi segunda colaboración con Letras & Poesía – Literatura independiente. ¡Espero que os guste!
DOS SEGUNDOS
Se levantó con lentitud del sofá, fue hasta el armario y rebuscó entre su ropa. Encontró una falda larga y un jersey negros y se vistió. Frente al espejo, con semblante serio, peinó su escasa melena plateada. Suspiró. En media hora tenía que estar en la iglesia, debía enterrar a su marido. Una sonrisa iluminó su rostro. Te he ganado, mala bestia, pensó. Estaba sola en casa pero la costumbre le impidió decirlo en voz alta. La costumbre de callar y obedecer, de recibir y callar. Hacía mucho tiempo que sus pensamientos y opiniones se los guardaba para ella sola.
Cuarenta y tres años de matrimonio, los últimos cuarenta y dos esperando el momento de dejar de sufrir y ser libre. Creyó que no lo iba a conseguir cuando dos meses antes, a raíz de unas pruebas por continuos dolores de estómago, el médico le informó de que tenía una grave enfermedad y su esperanza de vida era de seis meses. Estaba tan yerma por dentro que solo le apenó no poder ser ella la que le viera partir a él. Pero la vida a veces es justa y le regaló la viudedad por medio de un inesperado infarto. Adiós, miserable.
Misa de cuerpo presente. Procesión hasta el cementerio. Su hija apretando su mano y conteniendo las lágrimas. ¿Lágrimas por qué? Si cuando naciste dijo que a esa le enseñara a lavar, cocinar y planchar; y que me preocupara de que no le molestara. Se ve que se te han olvidado los insultos y las veces en que no llegó a tocarte porque te escondías detrás de mí. La de palos que recibí yo porque no los recibieras tú. Y ojo, que volvería a hacerlo sin dudarlo.
Su hijo era uno de los cuatro que portaba el ataúd delante de ellas. Ojeras, y ojos hinchados pero secos. Como un hombre. Su hombrecito. Tú tuviste más suerte. El llamado a perpetuar el apellido familiar. González, ya ves tú.
Madre e hija tras el féretro, detrás los vecinos. Ellos, compañeros de bar y de prostíbulo. Ellas, amas de casa y consejeras de dudosa utilidad: que se tapara con el pelo el moratón, que se maquillara un poco para disimular, que se portara bien, que a los hombres no hay que hacerles enfadar. Unos y otras, testigos de su amargura y cómplices de su sufrimiento: callaban tanto como oían y veían.
Ataúd al agujero y tierra encima. Ahí te pudras, malnacido. Los consabidos pésames de los vecinos. Qué pena, tan joven. No tanto. Te acompaño en el sentimiento. Entonces alégrate. Para lo que necesites, aquí estoy. Sí, como has estado todas las veces que oías mis gritos y veías mis marcas.
Ella apretaba los labios y evitaba el contacto visual. Oyó decir que pobrecita, que estaba tan en shock que ni podía llorar. Lo que pasa es que me secó las lágrimas a golpes. Si siquiera sollozaba delante de él, cobraba aún más. Así que comenzó a desahogarse escondida en el baño o en alguna habitación. Ni para llorar tenía libertad.
Los días siguientes, rutina: no salía de casa hasta que sonaban las campanas de las siete menos cuarto, y vestida de riguroso y obligado negro, se dirigía a la iglesia para las novenas.
Pero la cuarta tarde, a esa hora permanecía sentada en la cocina, mirando por la ventana y concentrada en una cuestión. No le salían las cuentas. Hace dos meses me dieron seis de vida. Tengo que pasar un año guardando luto, acudiendo a misa cada semana y escuchando su nombre como si fuera un mártir. ¿Cuándo soy libre? Se lo imaginó sonriendo en su tumba, la misma cara con la que tantas veces le dijo que iba a ser suya siempre, y como se le ocurriera dejarle la mataba, primero a ella y después a la mocosa. Hasta muerto dirige mi vida el muy desgraciado. Se acabó. Se levantó. Ahora yo decido mi destino.
Mientras se cambiaba de ropa pensó en sus hijos. Esos son mayores y no me necesitan. Ya no tengo que aguantar por ellos. Se puso una falda blanca que le trajo la niña de Ibiza, solo se la probó una vez. Que era muy corta, se le veía la mitad de las rodillas y tú no vas así a la calle. Y una blusa rosa. Salió al balcón, arrimó la mesa a la barandilla y se subió. Extendió los brazos en cruz y cerró los ojos. El aire le acarició la cara y le revolvió el pelo. En el mismo momento en que comenzaron a sonar las campanas de en punto, se dejó caer. Cinco pisos. Dos segundos en los que nada le preocupó. Dos segundos durante los cuales, al fin, fue libre.
Muy bueno, Luna, como siempre.
Me gustaría preguntarte algo: Ese monólogo interior que sostiene el personaje, tú lo escribes en cursiva, yo pensé que debía ir entrecomillado. ¿Me puedes informar si son correctas las dos opciones o si, al contrario, estoy equivocada yo?
Mil gracias. No dejo de leerte, admirarte y aprender de ti.
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Hola Charo, en realidad tienes razón tú, se aconseja ponerlo entre comillas. Pero uno de los usos de la cursiva es para resaltar algo en el texto, por lo que no se puede decir que sea incorrecto ponerlos en cursiva. Personalmente, me gusta poner diálogo (indirecto) entrecomillado y pensamientos en cursiva (no me preguntes por qué, una manía).
En cuanto a las editoriales, por lo visto cada una tiene su criterio. No sé si te he ayudado o te he líado más…
Muchas gracias por ser siempre tan amable 🙂 Un abrazo.
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Me has ayudado porque descubro que no lo hacía mal. Gracias, guapa.
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Un placer 😉
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Es el retrato de una época amarga que ya se prolonga demasiado. Verdad? Me ha gustado la denuncia que contiene, la violencia impide la felicidad y disuelve el amor entre golpes y lágrimas y la opresión se prolonga por la costumbre social. Un besazo.
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Gracias, Carlos. Yo pensaba en una época antigua, afortunadamente las cosas, lentas, pero están cambiando. Quiero pensar, aunque tiendo a ser ingenua, que hoy en día la mayoría de la gente no ayuda a encubrir un maltrato (sea a quien sea), y que denunciaría de presenciarlo. La mentalidad tanto de hombres como de mujeres va cambiando, a pesar de que hay un largo camino para solucionar esta lacra. Un besote.
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Este relato me da a que se confunde, la meta del final, con la meta del fin, ya que nuestro fin es enmarcar nos en la búsqueda del bienestar común.
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Perdona mi torpeza mental, Daxiel, pero no entiendo lo que quieres decir…
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No perdona mi visión, creo después del relato que si el fin, era su fin, lo hubiera tomado antes, la celda la colocaba ella, con el hombre vivo o el mismo muerto, se que es inherente a condiciones y perspectivas, pero intento descifrar solo pensamientos abstractos, perdona nuevamente.☺
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No hay nada que perdonar, Daxiel, todas las opiniones respetuosas son bienvenidas, aunque no coincidan con la mía. Gracias 🙂
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Qué más puedo agregar a lo que ya te he dicho… Qué bueno que subiste el relato al blog!!!
Besos!!!
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Sí, iré subiendo todas las colaboraciones. Este domingo la siguiente, me voy a atrever con un poema, a ver si os gusta 🙂 Un besote.
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Muy dramática historia Luna, muy bien relatada. Esa libertad a través de la muerte, una libertad entre comillas. La vida a veces puede parecer la peor de las cárceles. Un lujo leerte, amiga. Besos a tu alma.
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Y no hay peor cárcel que tu propia casa cuando no te sientes segura (o seguro) en ella. Muchas gracias, Maria del Mar. Un beso.
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Precioso
Hay veces que nosotr@s mis@s nos imponemos obligaciones y nos encarcelamos
Cada cual sabrá sus motivos??
😚
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Supongo que algunos sí y algunos no. Una canción de Doctor Deseo (un grupo de Bilbao) dice: «Soy feliz, puedo elegir, el color de mis barrotes, vivo en el mejor de los mundos». Es muy ilustrativo y cierto. Aunque no se puede negar que las cosas no son iguales según para quién, cuándo y dónde.
Muchas gracias. Un abrazo.
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Igualmente
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Magnífico relato, pero de los que dejan el corazón encogido.
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Entonces supongo que lo he hecho bien 😉 Muchas gracias.
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Magnífico relato, Luna. Pero haberla mandado a disfrutar un poco antes de tirarse por el balcón, que lo merecía oye. Besazos!!!!
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Ja, ja, sí, me he pasado con la pobre mujer 😦 Muchas gracias, Ana. Un besote.
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Qué angustia en el estómago leyendo esto y sin concesiones a la galería, cuando empezaba a soltar aire porque me parecía que va a salir a pasear con su falda ibicenca, ¡Zas! La hostia final.
Intenso y bien construido 👉💪👈👏👏
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Juego con vuestros sentimientos, soy mala… pero me encanta saber que transmite 🙂 ¡Muchas gracias!
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Eso me recuerda:»Cuando soy buena soy muy buena pero cuando soy mala soy mejor» de la Maewest 😈
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Ja, ja, una de muchas frases épicas que nos dejó…
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Impresionante: me parece un acierto el uso de la cursiva para transmitir los pensamientos de la mujer. Gracias a ello, puedo imaginar perfectamente el gesto (o ausencia de gesto) de su rostro mientras recibe los pésames. ¡Con este relato te has superado!
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Me alegra que te guste. Este es el segundo que publiqué en Letras & Poesía, tenía otro preparado pero dos días antes se me cruzó y escribí este. Cosas de subconsciente, que me sorprende de vez en cuando, je, je. Mil gracias. Un besazo.
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Magnífico relato Lidia! Tan triste como real. Este tipo de historias… ya sabes… 😐
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Muchísimas gracias (aunque no soy Lídia, ja, ja). Quiero pensar que por lo menos en cuanto a respuesta social es cosa del pasado (reciente). Pero quién sabe, a menudo soy ingenua 😦
¡Buen finde!
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Jaja! Vaya metida de pata! 😛 Editalo anda… sería que andaba yo en shock después de la lectura.
Yo creo que como tu la mayoría también queremos pensar lo mismo.
Saluditos de sábado. 😉
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No importa, a mí también me ha pasado alguna vez…
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WoW, luna, escribes maravilloso.
Saludos. Te invito a un paseo por mi blog. Nos leemos.
Bendiciones
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Muchas gracias 🙂 He visitado tu blog y me han gustado mucho tus poemas. Un saludito.
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