Almendras, regalos y mentiras junto al árbol

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ALMENDRAS, REGALOS Y MENTIRAS JUNTO AL ÁRBOL

Para Martina la mañana de Navidad era, si cabe, aún más especial que para los demás niños.

La noche anterior ponía junto al árbol un plato de almendras garrapiñadas y un vaso de vino tinto, sabía de buena fe que eso era lo que le gustaba a Papá Noel. Se dormía mucho más tarde de lo que acostumbraba, cuando al fin el cansancio vencía al nerviosismo; se despertaba antes de lo normal, cuando la excitación ganaba al sueño. Levantaba a su madre y las dos se acercaban al árbol, comprobaban entre risas que la comida y la bebida habían desaparecido y repartían los regalos.

Desconocía qué le dejaría, pero había algo que siempre encontraba: una carta a su nombre, escrita a mano y firmada por el propio Papá Noel. Le contaba lo orgulloso que estaba de ella, hablaba sobre los actos acontecidos a lo largo del año y también la regañaba por sus trastadas. Se despedía con un te quiero y un beso. Martina se la leía a su madre, despacio y con la voz más aguda de lo normal, y la guardaba en un cajón junto con las de los años anteriores.

Faltaban dos meses para Navidad y hacía uno que Martina había cumplido ocho años. Entró en casa después de haber pasado la tarde jugando con Lucía, la vecina. Tenía las mejillas rojas y respiraba con rapidez.

—¡Mamá! —gritó—. ¡Mamá! —Le falló la voz y aspiró fuerte para retener los mocos que, al igual que las lágrimas, amenazaban con salir sin control.

—Cielo, ¿qué pasa? —Su madre se acercó a ella y la agarró por los hombros.

—Luci dice que Papá Noel son los padres. Que en su clase todos los niños lo dicen.

—No la hagas caso. —Tragó saliva y acarició la mejilla de su hija.

—Es mentira, ¿a que sí? No puede ser verdad, porque sus padres viven en casa. Y se necesita todo el año para preparar los regalos. Por eso papá se fue. Así que solo puede ser el mío. Y a los demás no les deja cartas. ¿Eh, mamá?

—Claro, cariño, no tiene sentido que otros lo sean. No te preocupes por lo que digan. Tú sabes la verdad. —Apretó la cabeza de su hija contra su pecho y le acarició el pelo. Se preguntaba por qué demonios no se le ocurrió otra excusa cuando su marido las abandonó por aquella domadora de leones rusa.

#Con este relato participo en el concurso de Zenda #cuentosdeNavidad.

47 comentarios en “Almendras, regalos y mentiras junto al árbol

  1. osorniobeatriz dijo:

    Y pensar que tarde o temprano lo descubren…triste. Mis hijos dicen que para què mentir a los niños con esas cosas. Yo les contestè que cuando ellos tengan hijos valdrà la pena valerse de la magia para que los pequeños crezcan con ilusiòn. Yo tengo pensamientos encontrados al respecto.

    Saludos y un placer.

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    • lunapaniagua dijo:

      Yo también tengo pensamientos encontrados. Pienso que se les puede transmitir ilusión sin mentirles (mira en los cumpleaños). Y luego el miedo que tienen algunos… a ver cómo les haces creer que pueden entrar unos a casa a dejar regalos pero que luego otros -monstruos, por ejemplo- no pueden entrar.
      Mi hija mayor tiene 11 años y a veces me dice: en una cosa sí me has mentido…
      ¡Muchísimas gracias por pasarte! Un saludo

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  2. carlos dijo:

    No seamos tiquismiquis con el tema de las mentiras, que más contienen algunos libros de texto y casi nadie protesta. Leñe! La ilusión no tiene precio Luna y a más de una y a más de dos (masculino plural) se les van las neuronas al cielo con la imaginación cuando miran los anuncios. ¿Una hija a cambio de una domadora rusa? Ese padre ignora todo sobre el negocio del amor. Es un relato muy tierno y me ha gustado mucho. Un besazo.

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  3. whatgoesaround dijo:

    Los niños, la inocencia y las mentiras… Recuerdo aquellos tiempos, ya han pasado muchos años, y aquella ilusión y aquella magia de correr hacia un comedor lleno de juguetes. Como esos momentos mágicos quizá no hay nada, es verdad. Después esa inocencia se desbarata como un castillo de naipes, da pena.
    Es muy difícil aislar a los niños en esa «burbuja», es ley de vida pegarse el batacazo contra la realidad.

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  4. Máximo Disaster dijo:

    Qué cuento más bonito y real. Me enfrenté a la misma situación con mi hija: no a la del marido huido con la domadora rusa, pero sí a preguntarme exactamente lo mismo que tu Martina. Y me miraba con tal expectación que estuve tentada de mantener la ficción. Al final opté por decirle la verdad: mi hija se llevó un disgusto tremendo (aún veo las lágrimas rodándole por las mejillas), pero creo que de no haberlo hecho, no habría vuelto a confiar en mí. ¡Qué difícil es ser padres, Luna! Un beso, guapetona.

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    • lunapaniagua dijo:

      De los míos solo la mayor lo sabe. Yo tenía claro que cuando viniera con preguntas no iba a intentar alargar la farsa. Además que justo me había quedado embaraza y poco después le hablamos de ello. Que una niña que sepa como se hacen los niños crea en Olentzero sería raro, ¿no? Ja, ja. Parece que o sería pronto para lo uno o tarde para lo otro…
      Gracias, Carmen. Un besote.

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  5. Ana Centellas dijo:

    Qué bonito, Luna. Mi hijo mayor ha cumplido once años y hace meses que lo sabe. Por deducción, había cosas que no le cuadraban… y un día se puso a hablar conmigo a solas. Evidentemente, no pude mentirle más, pero llegamos a un trato, que su hermano pequeño (tiene 7) no se enterase. Y cómo se lo curra, yo creo que cuando lo vive hasta se le olvida que no es cierto… Menudo aliado tengo ahora a la hora de saber qué quiere el pequeño!!
    ¡Muchísima suerte en el concurso, compañera! Besazos enormes

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  6. palmeiralibre dijo:

    Creo que la ilusión de los primeros años no debemos quitársela a ningún niño, a pesar de que mi experiencia resultó un tanto traumática al enterarme de quiénes eran realmente los Reyes. Si hasta vi su estrella…, una estrella fugaz -pienso ahora- o quizá algún cometa que anduviese merodeando en aquel momento por los alrededores del planeta Tierra.
    A pesar de qué el descubrimiento me afectó, al año siguiente ayudaba ilusionada a mi madre a vestir una muñeca para mi hermana: como desde pequeñita se me dio muy bien la calceta (mis compañeros de trabajo me llamaban cariñosamente “la tricotosa”), me correspondió tricotar el jubón, el gorro y los patucos de la muñeca.
    Antes de que se enteren por los amigos, deben ser los padres los que han de encontrar el momento propicio y la forma adecuada de contarles la verdad a sus hijos, no sea que les ocurra lo que a un alumno mío que estaba apunto de cumplir los once años: en plena clase me rogó casi llorando que convenciese a sus compañeros de que los Reyes no eran los padres, pues a él no le creían. Fue un momento difícil del qué salí más o menos airosa.
    Me encanta tu historia por lo real y tierna, y porque me ha hecho recordar momentos vividos. Pero sobre todo me hace suponer que ya estás en forma para seguir deleitándonos con bonitas historias. Un abrazo grandote que abarque también a tus niños. Y suerte en el concurso.

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    • lunapaniagua dijo:

      Yo no recuerdo cuando me enteré, además soy la pequeña así que conmigo se acabo el tema en casa.
      Ay pobre tu alumno, bueno y tú también, vaya papelón. Yo tenía la idea, por lo que veo a mi alrededor, de que los niños se lo oyen a sus amigos pero preguntan a los padres para confirmar.
      Yo quería ser profesora, pero al final me tiraron más las ciencias. Creo que tiene que ser una profesión muy bonita, también dura. Y sin duda muy importante y de gran responsabilidad.
      Muchas gracias 🙂 Otro abrazo enorme para ti

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  7. Magdalena dijo:

    Hola, Luna: Me alegro también de que disfrutes de salud que es lo mejor que puede pasarnos. Yo tengo muchos años y todavía me acuerdo al igual que palmeiralibre, de la decepción que sufrí el día que lo supe. Por eso soy partidaria de que cuanto más tarde se enteren mejor. Un soplo de fantasía e ilusión es maravilloso verlo y notarlo en las almas inocentes.
    Muy bonito,Luna.
    Besiños palmeiráns.

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  8. María Rivero Sánchez dijo:

    Esa mentira que siempre nos queda ahí, como espinita jejeje.

    Yo me enteré con cinco años, siempre fui una niña muy perspicaz y aquel año hubo algo que no me cuadraba…, aunque es una pena «toparse» con la realidad, la verdad es que también es bonito vivir esa ilusión que solo se puede tener en la infancia.

    Mi experiencia fue algo particular y, aunque no tengo hijos, si los tuviera estaría en un auténtico dilema porque me pongo en mi lugar y, como niña, la magia hay que vivirla, pero me pongo en el de mi madre, y no me gustaría ser ella teniendo que explicar a un renacuajo que los Reyes no existen para justificar que aquel año en el árbol de casa no hubiera más que un pequeño regalo a consecuencia de la crisis.

    ¡Precioso relato!

    Un beso

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    • lunapaniagua dijo:

      ¡5 años! ¡Qué pronto! Yo con la mayor sufrí… Le hacía escribir la carta a Olentzero en octubre o principios de noviembre, para tener tiempo de comprarlo y que no hubiera cambios de última hora, compraba papel de regalo solo para ese día y ya no lo usaba más, antes de que supiera escribir ponía la foto de para quién era cada regalo… y no sé qué más cosas.
      También está lo que dices, niños que tienen un regalo y otros diez, ¿qué razón le das?
      No me enrollo más, ¡muchas gracias, María!
      Un abrazo

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